viernes, 27 de mayo de 2011


Capítulo III.-
Seguimos por la ruta hacia el aeropuerto y nos pasan muchas camionetas, es domingo, salen a pasear con la familia. Saludamos con la mano y nos devuelven el saludo. Sonríen. ¿Sabrán quiénes somos? ¿Sabrán que ya estuvimos aquí?
Seguimos en silencio hasta que vemos los famosos carteles rojos que dicen “DANGER, MINES”, y tienen el dibujo de los huesos cruzados con la calavera, como de bandera pirata. Al costado del campo minado, una calle baja hacia la playa. Varios vehículos están estacionados, como en las calles de nuestras playas, me hace acordar a Villa Gesell o Pinamar. Hay viento, como siempre, pero hay sol, como nunca. Bordeamos el campo minado y llegamos a una playa bellísima. Arena blanca, mar calmo. Algunos chicos corren y juegan como en cualquier playa. Un grupo de morochos de la isla Santa Helena se toma una cerveza. Nos sacamos las camperas y los gorros. Corremos como los chicos hacia el agua. Nos mojamos los pies y casi gritamos de dolor. El mar helado.
Luis hace mate, como en cualquier otra playa argentina. Sacamos fotos, reímos y escribimos “CECIM” sobre la arena. No se puede creer que estemos disfrutando así este viaje. Que no vengan dolores ni fantasmas, que el sol nos abrigue y disfrutemos como en un viaje de fin de curso.
Volvemos a la ruta, sacudiéndonos la arena.
Llegamos a la zona del “Stanley airport”. El aeropuerto viejo, para nosotros. Descubrimos una tanqueta argentina abandonada junto a un galpón. Nos extraña, porque nunca habíamos visto algo así durante la guerra.
Miramos la pista y la imaginamos llena de gente yendo y viniendo, bajando pertrechos de los aviones. Armas, municiones, soldados. El asfalto se ve nuevito. Nadie pasa por el camino, la soledad y el viento nos acompañan. Seguimos recorriendo todo el camino, que da como una vuelta en redondo a la península y nos lleva frente al barco encallado que también estaba en el 82. “Lady Elizabeth” nos dijo John que se llama. Sacamos algunas de las fotos más lindas del viaje.
La sed y el cansancio se empiezan a hacer notar y apuramos el paso. Cae la tarde, hemos ido y vuelto caminando hasta el aeropuerto, hemos pasado por la posición de Raúl y estamos felices.
Tres Heineken y una Guinnes nos endulzan la boca, a pesar del sabor amargo de la cerveza.

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