viernes, 27 de mayo de 2011


EPILOGO
Vivimos una semana en Malvinas. Conocimos la vida de los isleños. Intentamos saber qué opinan, qué piensan.
Finalmente averiguamos pocas cosas. Quizás una podría ser que ellos creen que los caídos isleños, que murieron por el friendly fire, -es decir, por el bombardeo británico- en realidad cayeron por nuestra culpa, porque provocamos la guerra.
Pudimos cerrar nuestra herida. Pudimos volver. Dos veces pudimos volver.
¿Tenemos un destino ya determinado, o nosotros podemos modificarlo? ¿Por qué nosotros volvimos y ellos no?
Son preguntas universales. La muerte te enfrenta con el sentido de la vida. No tenemos respuestas. Solamente, modestamente, podemos contar nuestra experiencia.
¿Por qué algunos se pueden adaptar a una vida común y otros no? ¿Por qué algunos se suicidan y otros no?
Los “centros” fueron lugar de contención, de terapia. Hay que hablar y hablar. Y comer.
La guerra de Malvinas es un tema incómodo, y provocaba silencio. No hablar, guardar. Y esto hace daño. No somos el ejemplo, pero no nos vestimos de verde para vender estampitas en el tren. Tuvimos trabajo, familia y amigos y eso nos contuvo.
Por eso nos juntamos todos los martes en el CECIM. Porque vamos a jugar al fútbol. Porque sabemos que no hay otras personas en el mundo que nos conozcan como nos conocemos. Porque conocemos nuestras debilidades, nuestras flaquezas, nuestras miserias y nos aceptamos así. Porque no buscamos el mal de nadie. Porque nos damos el lugar para hacer cosas por otros simplemente porque sí.
Porque murieron por nosotros, nuestros compañeros. Porque sabemos que cualquiera de los que vienen los martes daría todo por cualquiera de nosotros. Porque sabemos que ellos son quienes pueden cuidar de nuestros hijos y de nuestras mujeres. Porque ellos conservan nuestra memoria., porque solamente ellos pueden saber esas cosas que nosotros sabemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario