viernes, 27 de mayo de 2011


Capítulo XIX.-
Aquí voy a referir nuestro famoso encuentro con Carol, que motivara el interés de la prensa en esos días de diciembre de 2006 cuando viajó a Buenos Aires y trataban de contactarse con nosotros pensando que eramos los que podíamos llegar a ella, o por lo menos, los que podíamos tener un contacto con esta extraña visita.
El 17 de diciembre llegó la hija de Thatcher a nuestro país para filmar parte de su documental “Mummy’s war”, el que había empezado en esos días de noviembre en Malvinas, al mismo tiempo en que nosotros habíamos hecho nuestro viaje a las islas. Pero pocos días antes tuvimos nuestros cinco minutos de fama, cuando salió en varios diarios una foto de Carol junto con nosotros, a bordo del avión de Lan, volviendo de las islas.
La historia fue así. Al llegar esa mañana del 18 de noviembre al aeropuerto de la base militar de Mount Pleasant para emprender el viaje de vuelta, luego de tener algunos problemas con las autoridades y nuestro equipaje, nos encontramos con Lesley en el salón de preembarque, esperando tomar el mismo avión que nosotros.
Nos saludamos y nos dijo que Carol y todo el equipo periodístico también estaban allí esperando embarcar en el mismo vuelo. Le dijimos si podíamos verla a Carol, y entonces nos llevó hasta un rincón de la sala adonde estaba sentada.
Se levantó de su asiento y nos vino a saludar. Alta, con los rasgos de la cara duros, casi masculinos, con el pelo teñido de un color rubio plateado, vestida con una camisa y un jean metido en la caña de las botas tipo texanas. Hablaba, sonreía y gesticulaba ampulosamente. Parecía latina, no británica.
Lo primero que nos dijo fue que sabía que habíamos estado como soldados durante la guerra del 82.
-¿Podrían contarme cómo fue la guerra en cinco minutos?, preguntó.
- No, no podemos, balbuceé en mi inglés. Puedo contarte que estuve con Luis y Oscar en el mismo regimiento y en el mismo lugar, pero lo que pasamos esos días necesita más tiempo para poder ser contado, le respondí.
-Oh, sí claro. Voy a estar en Buenos Aires en diciembre. Nos dijo. Quizás podríamos encontrarnos.
-Nosotros somos de un centro de excombatientes de La Plata, podrías venir a nuestro centro a comer un asado, sugerimos sonriendo, pensando en que esa es la invitación que cualquier argentino hace a un visitante.
-¡Yes, yes, asado, vino! Dijo entusiasmada.
-¿Podríamos tomarnos una foto? Pregunté. Y enseguida dijo que sí.
Mientras buscábamos un rincón en la pequeña sala de embarque del aeropuerto militar apareció un uniformado quien amable pero firmemente nos dijo que estaba prohibido tomar fotografías en la base. Carol le trató de explicar que sólo era una foto con nosotros, y la cara del militar fue un claro mensaje de que el apellido de la rubia no alcanzaba para autorizar algo así. Nos dimos la mano y nos volvimos a nuestros lugares.
Luego de embarcar y despegar, cuando ya el cartel que indica la obligación de permanecer en los asientos con el cinturón abrochado se había apagado, nos acercamos hasta el asiento de Carol y allí nos sacamos dos fotos.
Para la primera le pedimos ayuda a un chileno que viajaba en un asiento cercano. Le dimos la Canon con rollo tradicional de Raúl y al pibe le temblaba la cámara en las manos, supongo que por saber que nos estaba fotografiando con la hija de Thatcher. Este temblor provocaría, al proceder al revelado de las fotos, que un dedo se interpusiera entre el flash y el objetivo, dando como resultado que la foto salga horrible.
Por suerte sacamos una segunda foto con la máquina digital de Oscar y esa fue la que se publicó primero en el diario El Día de La Plata, y luego en otros medios.
Esto nos traería insultos varios, y el interés de la prensa, no por el viaje en sí, sino por nuestro encuentro con la hija de la famosa Thatcher.

Hubo algunos ex combatientes que tomaron como una traición el habernos tomado una foto con Carol Thatcher y haber tenido un encuentro con ella. Los insultos fueron varios: vendepatrias, traidores, cipayos de izquierda (!?)
No quisimos polemizar con nadie y no encontramos ningún motivo para responsabilizar a esta mujer, que trabaja de periodista, de las acciones de su madre como jefa de estado.

El avión hacía las mismas escalas que a la ida, y en Punta Arenas todos los pasajeros debíamos bajar para hacer el trámite de migraciones por el ingreso a Chile. Así nos volvimos a cruzar con el equipo de periodistas ingleses y Carol cada vez que nos veía repetía “¡La Plata, asado, vino!”. Hasta que llegamos a Santiago y luego de esperar la llegada de las valijas junto a la cinta, nos despedimos y al hacerlo, todavía nos parecía escuchar la voz de la rubia diciendo: “La Plata, asado, vino”.

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