lunes, 30 de mayo de 2011

OPERACION ALGECIRAS



(Publicado en La nación el 23/7/2000)
Como informó la corresponsal de La Nación en Londres, The Sunday Times difundió una operación de comandos que debieron realizar buzos argentinos en la base británica del Peñón de Gibraltar a mediados de 1982. Incluyó el diario inglés detalles sobre la misma, señalando que se frustró a causa de haber sido interceptadas comunicaciones telefónicas de los buzos argentinos por servicios de inteligencia franceses.

Durante el curso de la guerra apareció en la prensa un cable de pocas líneas, informando sobre la captura en España del grupo de comandos. Luego, un manto de silencio se tendió sobre el asunto.

Una tarde de primavera de 1986 visité al almirante Jorge Isaac Anaya, traje el caso a colación, y le pregunté si quería y podía contarme algo sobre el mismo. Mi curiosidad fue recompensada con la fascinante historia de una operación de inteligencia realizada por la Armada, participando en ella como voluntario el ex comandante de Montoneros Máximo Nicoletti, que, en 1975, hundió la fragata ARA Santísima Trinidad, a poco de ser botada en el astillero de Río Santiago (*).
Me reuní luego con el almirante Eduardo Morris Girling que, en su carácter de jefe del Servicio de Inteligencia Naval, organizó aquel que, informalmente, se empezó a conocer como Operativo Algeciras.
Publicada la novela, que incluía pasajes de ficción, me visitó Nicoletti, haciéndome saber nuevos detalles de la operación, que ampliaban y rectificaban parcialmente los que yo conocía. También aproveché un encuentro con el doctor Nicanor Costa Méndez -canciller argentino durante la guerra- para confirmar otros aspectos del caso. Por último, gracias a un contacto fortuito, pude almorzar dos veces con el comisario de la policía española que detuvo a nuestros buzos. El relato que sigue armoniza la información obtenida de esas fuentes.

En marcha la Task Force hacia el teatro de operaciones del Atlántico sur, Anaya concibió la idea de golpear a Inglaterra en Europa, trasladando la guerra a su propio campo. Pensó también que Gibraltar era el lugar indicado para ello. Y confió al almirante Girling llevar a la práctica el proyecto.
Girling compuso un grupo de cuatro hombres. Los buzos fueron ex montoneros que actuaron como voluntarios, entre ellos Nicoletti. Tuvo a su cargo la misión un marino retirado, de graduación intermedia, que no era buzo, hoy fallecido.
Uno de los muchos problemas que se debieron resolver fue el de las comunicaciones, a cuyo efecto, luego de descartar varios procedimientos posibles, se optó por llamadas telefónicas entre una cabina pública y una modesta casita de la que aquí disponía la Armada, cuya titularidad estaba a nombre de un civil jubilado. Aparentemente las comunicaciones realizadas por esa vía jamás fueron interceptadas. Otro de los problemas consistió en el envío de los explosivos por utilizar que, finalmente, viajaron por vía diplomática, sin conocimiento de la Cancillería y encubiertos con el aspecto de una boya con gajos de alegres colores.
Provistos de pasaportes falsos, los buzos llegaron a Madrid por vía aérea y en automóvil se trasladaron hasta la zona del Peñón. Allí se hicieron pasar por empresarios de vacaciones, aficionados a la pesca, proveyéndose para ello de un bote de goma con motor fuera de borda. Llegaron a ser personajes bastante populares en la playa, y durante sus salidas inspeccionaron prolijamente el ingreso en la base inglesa, verificando que las redes de acero que la protegen contra ataques submarinos no estaban colocadas.
De acuerdo con lo dicho por alguno de mis informantes, los argentinos entraron buceando a la base; según otros, obtuvieron información navegando en sus proximidades. Lo cierto es que verificaron que en ella no había buques de guerra sino tan sólo un pequeño minador con casco de madera, que no justificaba el ataque. Que se demoró así por falta de blancos "rentables".
Aguardaban los buzos cuando entró a la base un superpetrolero con bandera liberiana para abastecerla. Pero, consultado Anaya, denegó la autorización de volarlo por tratarse de un barco con bandera neutral y porque el consiguiente derrame de petróleo contaminaría las aguas circundantes, generando una reacción internacional adversa a la Argentina.
Finalmente atracaron una o dos fragatas inglesas (mis informantes difieren en cuanto a número y tipo, si bien estiman que se trataba de las de clase 42, gemelas del Sheffield) que se sumarían a la flota que ya operaba en el sur. Pero, antes de realizar su tarea esa noche, por un exceso de pulcritud nuestros comandos resolvieron renovar el alquiler de los automóviles que habían rentado. A causa de ese trámite nimio su empresa se vería frustrada. Veamos ahora cómo se encadenaron los acontecimientos que llevaron a tal desenlace, relatados por el policía español que actuó en el caso.
En su calidad de jefe policial con jurisdicción sobre esas playas andaluzas, mi simpático confidente me relató que, a poco de asumir sus funciones, dispuso que las agencias dedicadas a alquilar automóviles le elevaran un informe rutinario sobre las operaciones realizadas a diario. Así, cierta tarde le llamó la atención que argentinos jóvenes hubieran rentado dos coches, pagando con dólares en efectivo. Su prevención se explica si tenemos en cuenta que tales pagos suelen efectuarse con tarjetas de crédito y que, como me dijo el comisario, en esa época aún se recelaba de argentinos y uruguayos que llegaban a España, empujados por el curso de la lucha armada que tuviera lugar en sus países durante la década de los setenta. De modo que indicó a la agencia que le avisaran si esos hombres volvían a hacerse presentes en la oficina. Y se olvidó del tema.
Asunto que recordó cuando, desde la agencia, le informaron que allí estaban los argentinos para renovar el alquiler de sus vehículos. Ordenó el comisario que los entretuvieran y marchó a interrogarlos.
Una anomalía en la libreta de cheques secuestrada a uno de ellos le demostró que éste mentía. Formalmente detenido, terció otro y, en privado, reveló su condición de oficial de la Armada Argentina, pidiéndole zanjara el problema para poder concluir la misión.
-Si tú eres marino argentino, yo soy sobrino del papa Juan Pablo II -respondió el Comisario, escéptico.
Insistió nuestro oficial, pero ya era tarde, pues el policía había informado a sus superiores. Presos todos los integrantes del grupo, intervino el primer ministro español -Calvo Sotelo, a la sazón- que se hallaba casualmente en la zona cumpliendo una gira proselitista.
El desenlace tuvo ribetes pintorescos. Captores y capturados comieron juntos opíparamente, brindaron por la recuperación del Peñón y las Malvinas, sacándose una fotografía reunidos. Calvo Sotelo, por su parte, decidió encubrir el incidente, hizo bajar a ocho integrantes de su comitiva del avión que había charteado y en él volaron a Madrid los buzos, bajo discreta custodia. Allí se los puso a bordo de un avión de línea que los devolvió finalmente a Buenos Aires.
Días más tarde, el canciller de España llamó a Costa Méndez para confirmar noticias respecto del suceso, suministrando los nombres con que contaba, es decir aquellos que figuraban en los pasaportes falsos confeccionados para los comandos. Costa Méndez consultó a Anaya y éste, luego de verificar que sus hombres estaban de regreso, pudo responder sin mentir que ninguno de esos nombres correspondía a personal de la Armada.
***
A disposición de los turistas que visitan Gibraltar se cuenta actualmente un folleto con la historia del Peñón, donde se menciona el intento realizado allí por comandos argentinos, durante la Guerra de Malvinas.

Juan Luis Gallardo
Especial para La Nación

El autor es escritor y profesor universitario. Sus libros Operación Algeciras y Crónica de cinco siglos se refieren al tema de esta nota.

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