viernes, 27 de mayo de 2011


Capítulo XV.-
Lo más importante del viaje ya lo habíamos hecho: encontrar nuestras posiciones y visitar el cementerio de Darwin. Como yapa habíamos comido un cordero con John y nos habíamos encontrado con veteranos ingleses.
Empezamos a sentir una sensación de alivio, de deber cumplido, de haber agotado una etapa y que otra nueva y más feliz podía ahora empezar.
Sentíamos paz. Habíamos superado miedos, pesadillas y nos reconfortaba haber visitado a nuestros compañeros muertos.
Era un impulso de vida. Reafirmamos el compromiso con ellos, que dieron la vida por nosotros. Ellos nos obligan a vivir, a disfrutar de la vida.
A su vez sentimos que tenemos la obligación de llevar un mensaje. Un mensaje de paz.
Malvinas, la palabra “malvinas”, desde 1982 se refiere en primer lugar a la guerra. Ese es ahora su primer significado. Y como tal, es una parte vergonzosa de nuestra historia y de nosotros mismos. De nosotros como país, como pueblo, como nación o como quieran llamarle. No debemos esconderlo.
Por distintos motivos se “desmalvinizó”, en el discurso, en la política, en el aprendizaje de nuestra historia, en el recuerdo de los caídos, en el significado que tuvo la última dictadura militar.
No hay dudas que gracias a Malvinas volvió la democracia a la Argentina. Los muertos de Malvinas fueron ya insoportables para la sociedad y para el gobierno militar.
No escondamos este pasado reciente, recordemos siempre la Plaza de Mayo llena, aplaudiendo a un dictador que nos llevaba a la guerra, a la muerte. Aprendamos de los errores.
Murió golpeado el soldado Carrasco para que se pueda eliminar el servicio militar obligatorio. Recordémoslo siempre.
Honremos la vida, es el mejor homenaje que les podemos hacer a nuestros amigos muertos en la guerra.
Los cementerios deben ser para los que mueren de viejos, no pueden llenarse de jóvenes.
En la guerra no hay héroes, sólo podemos dejar eso para los que dieron la vida, por eso en el CECIM bautizamos nuestra revista con el nombre de “antihéroes”, Los que volvimos sólo somos sobrevivientes. Pero con el deber de hacer que la memoria no se pierda, y que los que dieron la vida no hayan muerto en vano.
Cada día de nuestras vidas pensamos en Malvinas. Está y estará para siempre en nuestra mente y en nuestros corazones. En cada momento de flaqueza podemos recordar de dónde venimos y sentir que no podemos quejarnos de las complicaciones de la vida cotidiana. Tenemos el privilegio de haber vuelto a la vida, después de haber enfrentado a la muerte.
No podemos tampoco ensoberbecernos. Sólo la obligación para nosotros, para nuestros amigos y nuestra familia, de tratar de hacer las cosas lo mejor posible. Es la mejor manera de honrar a nuestros muertos.
Cada martes brindamos por ellos y por la vida, por la vida que nos dieron.

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