viernes, 27 de mayo de 2011


Capítulo XX.-
Una noche fuimos al pub. Teníamos que hacer esto también para conocer un poco más a quienes viven allí. Nos habían advertido acerca de los distintos climas que encontraríamos según a cuál bar fuéramos.
No era para tanto. El “Victory” es en el que se juntan los más nacionalistas, y por la tanto más antiargentinos. Entramos una noche con Luis. Teníamos hambre y fuimos directo a la barra. Una chica muy amable nos dijo que no tenía nada para darnos, la cocina ya había cerrado. No creo que nadie nos haya mirado con cara rara. Pegamos un vistazo y salimos a la calle a buscar algún otro lugar para poder comer un sándwich.
El más amable, según los comentarios previos tenía que ser el Deano’s. Pero la noche que se nos ocurrió ir había, según el pizarrón que estaba en la entrada, un torneo de pool. Nos fuimos. No nos atraía el espectáculo.
Nos dirigimos al clásico, al que todos conocíamos por lo menos por haber pasado por la puerta alguna vez. The Globe. En las fotos del 82 se puede ver el cartel con las mismas letras que ahora, pero en lugar de “tavern” dice “hotel”. Está frente a la calle que da al muelle. Desde allí la mayoría de nosotros había embarcado hacia el Canberra. A muchos les quedaba el recuerdo de su fachada y del cartel. Allí brindó Jeremy Moore con los pobladores después de nuestra rendición.
Entramos. Música fuerte, risas, muchos jóvenes en grupos, parados, alrededor de la barra y de las mesas. Nos acercamos a la barra y un morocho de ojos achinados no puede esconder su raíz sudaca. Igual que nosotros. Le hablamos a él directamente en castellano. Nos contesta en el mismo idioma y enseguida lo sacamos, es chileno.
Junto a un negro, seguramente de Santa Helena, sacan una tras otra, las latas de cerveza de las heladeras que tienen a sus espaldas. El mismo borracho de la primera vez que entramos está parado en el mismo lugar de la barra, con su pinta de inglés, flaquito y huesudo, murmurando solo.
Buscamos un pedazo de barra libre y ahí nos acodamos. Hay una pantalla y un disc jockey que pone los temas que eligen los que suben a cantar. Esta noche hay karaoke.
Van pasando los cantantes y nadie les presta mucha atención. De pronto nos damos cuenta que sólo nosotros estamos con la vista fija en el escenario. Una chica, muy gorda, empieza a cantar una canción indescifrable. Canta horriblemente mal y encima es gorda, es lo primero que pensamos. Nos miramos y no hace falta que digamos nada. Todos estamos burlándonos internamente.
Pero entre los demás que están en el pub, nadie se ríe. Casi nadie la mira, sólo sus amigos. Que le festejan su osadía, le sonríen con cariño y la aplauden al final, cálidamente. Baja feliz, a recibir el vaso de cerveza de su grupo y cambian sonrisas y comentarios de su actuación.
Nos avergonzamos de nuestra burla. Somos los únicos que notamos la gordura y la falta de afinación de la artista por un rato.
Pensamos. ¿Podría esta chica subir a cantar así en un bar en la Argentina? Seguramente no habría nadie en el boliche que no se riera ni le gritara alguna grosería. ¿Por qué no podemos ser respetuosos como ellos?
O, como alguno me apunta, ¿no será que en realidad no les importa nada del otro, y lo que no nosotros vemos como respeto en realidad es indiferencia?
No lo sé. Pero me gusta que pueda subir la gorda a cantar y nadie le diga nada ni se ría.
Me gustaría vivir en un lugar donde se respete al otro. En la diferencia.
Malvinas es un pueblo. Un pueblito, como de una provincia nuestra. Con las mismas pequeñeces y grandezas. Con el aburrimiento y la tranquilidad, con el respeto por el otro y con el rechazo a todo lo nuevo o extraño.
¿Volverán a ser nuestras alguna vez? ¿Tenemos derecho a imponer a sus habitantes nuestra ley y nuestras costumbres?
Nosotros empezamos a construir nuestras respuestas. Espero que el futuro, juntos o separados, siempre nos encuentre en paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario